Magnificat
Proclama
mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi
espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la
humillación de su esclava.
Desde
ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones
porque el Poderoso
ha hecho obras grandes por mí:
Su nombre es santo,
y Su misericordia
llega a sus fieles
de generación en
generación.
Él
hace proezas con su brazo:
dispersa a los
soberbios de corazón,
derriba del trono a
los poderosos
y enaltece a los
humildes,
a los hambrientos
los colma de bienes
y a los ricos los
despide vacíos.
Auxilia
a su pueblo
acordándose de la
misericordia
―como lo había
prometido a nuestros padres―
en favor de Abraham
y su descendencia por siempre.
(Lucas I,
46-55)
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