Postrado ante vuestro acatamiento,
¡Oh Virgen de la Medalla Milagrosa!,
y después de saludaros en el augusto
misterio de
vuestra concepción
sin mancha, os elijo, desde ahora
para siempre, por mi Madre, Abogada,
Reina y
Señora de todas mis acciones y
Protectora
ante la majestad de Dios.
Yo os prometo, virgen purísima,
no olvidaros
jamás, ni vuestro culto
ni los intereses de vuestra gloria,
a la vez que os prometo también
promover en
los que me rodean
vuestro
amor. Recibidme, Madre tierna,
desde este
momento y sed para mí
el refugio en esta vida y el sostén
a la hora de la muerte. Amén.
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