

El altar de la Virgen se ilumina,
y ante él de hinojos la devota gente
su plegaria deshoja lentamente
en la inefable calma vespertina.

Rítmica, mansa, la oración camina
con la dulce cadencia persistente
con que deshace el surtidor la fuente,
con que la brisa la hojarasca inclina.

Tú que esta amable devoción supones
monótona y cansada y no la rezas
porque siempre repite iguales sones...

Tú que no entiendes de amores y tristezas:
¿Qué pobre se cansó de pedir dones,
qué enamorado de pedir ternezas?.
Soneto de la monotonía
Marcelino Menéndez y Pelayo
(1856-1912)
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